El mundo católico celebró la fiesta de una de las figuras más prominentes de entre sus “semidioses” (ojo a las comillas). María Auxiliadora, la madre de Cristo, la que nos ayuda, la abogada, y aquella que tiene tantas o más apariciones en lugares poco comunes como el mismo Jesús. Y siempre blanquitos y rubios, un verdadero sueño ario. Recuerdo que en el colegio católico al que asistí durante toda mi educación básica, la presencia de la Virgen María era una constante en casi todo, casi casi, tanto como Jesús o a nuestro santo, San Juan Bosco. Y el punto en el que más se incidía al hablarnos de ella, era que era madre. Madre de Jesús y por lo tanto, madre de todos. Y como madre, era la encargada de abogar por uno ante Dios cuando se había cometido un pecado (lo cual se nos repetía, era a cada rato) Creo que ese es parte del encanto para con la Virgen María, que no juzga, que es defensora, que es el “good cop” que te conmina a obedecer y a portarte bien. Y uno, obviam