La plataforma lobbista católica española HazteOír publicó hace un par de días una nota de escándalo, que he visto reproducida con tono de indignación, sobre el “negocio” que hicieron los ateos de la empresa Eternal Earth-Bound Pets con la fallida predicción sobre el Rapto propagada por Harold Camping: 259 clientes pagaron 135 dólares cada uno a una empresa por un contrato que les aseguraba que cuidadores certificadamente ateos adoptarían y cuidarían a sus animales domésticos una vez que sus amos fueran arrebatados por Jesús hacia el cielo, en cumplimiento de la profecía (los ateos, naturalmente, tenían garantizada su permanencia en la Tierra, en medio de horribles sufrimientos, hasta el Juicio Final, al quedar excluidos de la benevolencia divina). Obviamente, nadie fue arrebatado y EE-BP se embolsó el dinero sin tener que hacer nada más.
Esta perfecta estupidez me motivó, no obstante, dos reflexiones.
La primera es que me dan un poco de lástima los crédulos que gastaron su dinero en un contrato tan idiota. Es legal, desde luego, y más aún, el servicio contratado era un servicio legal y factible de ser prestado, por lo cual no se puede hablar de fraude. Pero a mí me resulta parecido a cobrarle a un niño por hablar bien de él ante Papá Noel o los Reyes Magos. Tengo el corazón blando, lo sé.
La segunda es que hay que ser un importante caradura para indignarse por el “negocio” que representa el contrato de EE-BP (vender un servicio eventual —pero claramente especificado— ante un suceso que el vendedor no cree que ocurrirá en su vida) y el negocio infinitamente más rentable, y practicado sin vergüenza alguna desde hace miles de años por sacerdotes de todas las religiones, de “vender” un cielo o paraíso o bienaventuranza vagamente definida a cambio de diezmos, de colectas, de genuflexiones, besamanos, postraciones, sacrificios y sumisión psicológica.
Se puede argumentar que los jerarcas religiosos sí creen que el servicio que ofrecen será prestado. En más de un caso, eso es discutible. Pero según el mismo principio por el cual la ignorancia de la ley no exime al ciudadano de cumplirla, la ignorancia de lo que ocurre después de la muerte (o más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir) no exime al sacerdote, pastor, gurú o espiritista de turno de ejercer sus facultades críticas y darse cuenta de que todo eso que venden es puro cuento. Dicen que una gran parte de los seguidores de Camping siguen creyendo en él. Pero que Camping siga creyendo en sus propios delirios es inconcebible.
La primera es que me dan un poco de lástima los crédulos que gastaron su dinero en un contrato tan idiota. Es legal, desde luego, y más aún, el servicio contratado era un servicio legal y factible de ser prestado, por lo cual no se puede hablar de fraude. Pero a mí me resulta parecido a cobrarle a un niño por hablar bien de él ante Papá Noel o los Reyes Magos. Tengo el corazón blando, lo sé.
La segunda es que hay que ser un importante caradura para indignarse por el “negocio” que representa el contrato de EE-BP (vender un servicio eventual —pero claramente especificado— ante un suceso que el vendedor no cree que ocurrirá en su vida) y el negocio infinitamente más rentable, y practicado sin vergüenza alguna desde hace miles de años por sacerdotes de todas las religiones, de “vender” un cielo o paraíso o bienaventuranza vagamente definida a cambio de diezmos, de colectas, de genuflexiones, besamanos, postraciones, sacrificios y sumisión psicológica.
Se puede argumentar que los jerarcas religiosos sí creen que el servicio que ofrecen será prestado. En más de un caso, eso es discutible. Pero según el mismo principio por el cual la ignorancia de la ley no exime al ciudadano de cumplirla, la ignorancia de lo que ocurre después de la muerte (o más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir) no exime al sacerdote, pastor, gurú o espiritista de turno de ejercer sus facultades críticas y darse cuenta de que todo eso que venden es puro cuento. Dicen que una gran parte de los seguidores de Camping siguen creyendo en él. Pero que Camping siga creyendo en sus propios delirios es inconcebible.
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