Odio hacia los “Predicadores de la muerte”
Malditos sean, en nombre de todos los hombres, los Predicadores de la muerte. Cada vez es mayor el odio hacia esta clase de insectos polinizadores de malos sentimientos como la compasión, el temor a una mentira y la negación de sí mismos. Cada cual debe solucionar sus problemas por sus propios medios y el Superhombre no tiene por qué pagar las consecuencias de las acciones de los Predicadores de la muerte o de la chusma. Se tratan de hacer los donosos, son tan sólo los bufones de un rey que nunca ríe, son los payasos de la gran fiesta: la fiesta del funeral de Dios. Ellos nos hacen reír con todos sus ritualismos estúpidos, creen encontrarse con Dios, creen que todos los escuchan y no se dan cuenta de que sus celebraciones son realizadas sobre grandes lápidas, donde está esta la inscripción: «Aquí yace el sentimiento nunca logrado, sentimiento divino y falso que destruyó parte de la historia del hombre». El Superhombre ríe a carcajadas que pocos escuchan . nadie oye ni mucho menos escucha, nadie ve, nadie entiende, porque hay algo que los distrae un poco, un olor putrefacto, asqueroso, no se dan cuenta que están sobre el “Sepulcrum Dei” .
Esto cada vez apesta más a teólogo. El Superhombre cree tener la razón y es así, tiene su propia verdad, inmutable e intransferible... Los Predicadores de la muerte bloquean la capacidad intelectual de todo hombre que se acerca a ellos; sus enseñanzas mortuorias son revestidas de vida, son tan sólo «sepulcros blanqueados que por dentro están llenos de podredumbre». Sus enseñanzas, si es que a eso se le puede llamar enseñanza, o más bien, sus mentiras, están basadas en otras mentiras. "Así habló Zaratustra"
Muerte de Dios:
Marx no considera que las creencias religiosas hayan llegado a su fin, esto sólo ocurrirá cuando triunfe la revolución y desaparezca la causa última que la produce, la injusticia y la alienación;
Nietzsche sí considera que estamos ante un acontecimiento actual: no explica las razones históricas que han dado lugar a la creencia en Dios, ni las que han dado lugar a su descrédito, pero parece indicar que estamos en un tiempo histórico clave pues en él asistimos a su necesario final.
Concepto de Dios:
cuando el marxismo se refiere a Dios se refiere al dios de la religión;
cuando Nietzsche se refiere a Dios se refiere al dios de la religión, particularmente del cristianismo, pero también a todo aquello que puede sustituirle, porque en realidad Dios no es una entidad sino un lugar, una figura posible del pensamiento, representa lo Absoluto. Dios es la metáfora para expresar la realidad absoluta, la realidad que se presenta como la Verdad y el Bien, como el supuesto ámbito objetivo que puede servir de fundamento a la existencia por encontrarse más allá de ésta y darle un sentido. Todo aquello que sirve a los hombres para dar un sentido a la vida, pero que sin embargo se pone fuera de la vida, es semejante a Dios: la Naturaleza, el Progreso, la Revolución, la Ciencia, tomadas como realidades absolutas son el análogo a Dios. Cuando Nietzsche declara que Dios ha muerto quiere indicar que los hombres viven desorientados, que ya no sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, que no existe una luz que nos pueda guiar de modo pleno. Esta experiencia de la finitud, del sentirse sin remedio desorientado es necesario para empezar un nuevo modo de vida.
Consecuencia de la “muerte de Dios”:
para el marxismo la crítica a la alienación religiosa y la superación de la religión es indispensable para el triunfo completo del comunismo y la aparición de la sociedad nueva;
para Nietzsche con dicha “muerte” podemos vivir sin lo absoluto, en la “inocencia del devenir”. De ahí que la muerte de Dios sea la condición para la aparición del superhombre.
El siguiente texto de “La gaya ciencia” es el que mejor expresa su idea de la muerte de Dios: “¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia. Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He llegado demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran acontecimiento está en camino, todavía no ha llegado a oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya han sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, sin embargo, ellos lo han realizado.”

Comentarios
Publicar un comentario