Comparto la misma opinion de nuestro amigo, sobre su definicion de muerte, unas de las mejores desde mi punto de vida aqui lo dejo:

Sala de urgencias críticas de un hospital moderno. En la actualidad, es posible reanimar y curar a personas que en el pasado se daban por definitivamente muertas.
Para incontables personas a lo largo de toda la historia de la Humanidad, esto de la muerte ha constituído siempre el misterio último y el miedo definitivo. Sin duda, tuvo que ser determinante en el surgimiento de los mitos, las leyendas y las religiones. Este que te escribe, que como ya te dije al principio ha vivido alguna cantidad significativa de muerte a su alrededor, no opina que haya ningún misterio especial más allá de los propios –y fascinantes– de la naturaleza, la entropía y el cosmos en su conjunto. Jamás vi nada que me diera algún motivo fehaciente para cambiar de opinión. Las cosas vivas nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos: eso es todo. El miedo, por su parte, es libre; si te interesa mi punto de vista personal, te diré que la muerte en sí no me inspira mucho temor. Supongo que a estas alturas sería como tenerle miedo a volar, después de todo lo que he viajado en avión. Le tengo miedo –eso sí– a algunas formas de morir, que las hay de bastante perras. Y, sobre todo, a lo que pudiera pasarle después a algunas personas que quiero. Pero para mí y a la luz de todo lo expuesto, la muerte es algo tan natural como la vida y debe ocurrir necesariamente. A mí, también. Entropía, fluctuación: ley cósmica.
En Mi visión del mundo, Albert Einstein decía lo siguiente, que yo comparto en su gran mayoría:
Albert Einstein dijo:La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es la emocíón fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. El que no la conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya asombrarse ni maravillarse, está como muerto y tiene los ojos nublados. Fue la experiencia del misterio, aunque mezclada con el miedo, la que engendró la religión. La certeza de que existe algo que no podemos alcanzar, nuestra percepción de la razón más profunda y la belleza más deslumbradora, a las que nuestras mentes sólo pueden acceder en sus formas más toscas… son esta certeza y esta emoción las que constituyen la auténtica religiosidad. En este sentido, y sólo en éste, es en el que soy un hombre profundamente religioso. No puedo imaginar a un dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física; dejemos que las almas débiles, por miedo o por absurdo egoísmo, se complazcan en estas ideas. Yo me doy por satisfecho con el misterio de la etemidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.
Más allá de las religiones y leyendas, han surgido algunos mitos de la Edad Contemporánea en torno a la muerte. Uno de ellos es que la existencia de un alma hasta cierto punto material u otra cosa análoga habría quedado demostrada mediante su peso, que sería de 21 gramos. Esta fue la conclusión a la que llegó un cierto doctor Duncan McDougall a principios del siglo XX, pesando a diversas personas y animales a lo largo de su agonía y muerte. Según el Dr. McDougall, un ser humano perdería estos 21 gramos de peso en el momento de morir; los perros, no. Sus observaciones nunca han podido ser validadas independientemente o reproducidas bajo circunstancias controladas, la metodología utilizada por McDougall resulta enormemente controvertida (muestra pequeña, método de pesaje incorrecto) y el mero hecho de hablar de un momento de la muerte y no de un proceso de la muerte ya nos sugiere que el buen doctor no acababa de tener claros algunos conceptos. Hoy en día, las conclusiones de McDougall se consideran generalmente pseudociencia.
Curiosamente, la imaginería popular tradicional ha creído siempre que las personas ganamos peso al morir, en vez de perderlo como aseguraba este médico. De ahí viene la expresión peso muerto o pesar como un muerto. Los miembros humanos amputados o anestesiados también parecen pesar mucho. Todo esto no es más que un error de percepción, derivado de que no tenemos mucha costumbre de levantar un cuerpo o un miembro adultos que no coopera en absoluto con su propia fuerza. Entonces, nos olvidamos de que una flaca de cincuenta kilos pesa tanto como un saco grande de cemento; y un tipo de cien, más que algunos motores pequeños de coche. En situaciones de emergencia, además, no es raro tener que manipular un cuerpo aplicando cargas y palancas que aumentan aún más la sensación de peso.
Otro de estos mitos modernos generalizados, cómo no, es el del túnel de luz (que algunos extienden a la visualización de seres de luz ydemás). Lo primero que cabe objetar es que esta experiencia, de ser cierta, difícilmente resulta universal: sólo parecen haberlo percibido algunas personas y yo nunca me he encontrado con ninguna. Personalmente, conozco a varias que estuvieron al borde de la muerte o clínicamente muertas; no vieron nada parecido. Una chica que se había dado un fuerte golpe con la moto, teniendo entonces catorce años, me describió que ella sólo había visto como si los cuerpos del personal médico que tenía alrededor en el box de urgencias se estiraran al poco de entrar en parada cardiorrespiratoria aguda, según sus propias palabras, “igual que en un cuadro de El Greco“. Finalmente, “se fue de golpe” y sólo despertó muchas horas después.
Un señor de mediana edad que conocí coincidía en esto del “irse de golpe”: entró en varios comas con muerte clínica a consecuencia de un problema cardíaco grave y me contaba que, para él, había una discontinuidad temporal entre el momento de entrar en coma profundo y el de salir del mismo, como cuando te ponen anestesia general: un “clic” instantáneo entre un momento y el otro, sin nada en medio. Doy fe de que a mí me han puesto tres veces anestesia general y, en efecto, tal cual eso fue lo que sentí en todos los casos. Finalmente, un soldado que resultó herido durante una reciente guerra europea me lo contó así: “Estábamos saliendo de un pueblo. Di dos pasos hacia la carretera y al ir a dar el tercero, casi me caigo de la cama del hospital.” Entre una cosa y otra habían pasado tres semanas, un balazo por sorpresa en el cuello disparado desde un bosque cercano y una carrera hasta la puerta de urgencias más próxima a golpe de bolsas de plasma, pinchazos de adrenalina (epinefrina) y desfibrilador militar aplicado de aquella manera. Este efecto de desconexión súbita parece ser común a varias formas de pérdida de conocimiento, coma, anestesia y muerte clínica.
No voy a poner en duda el testimonio de las personas que aseguran haber visto el túnel de luz en cuestión, que hasta aparece reflejado en un cuadro de El Bosco. Sí afirmo que no parece ser ni mucho menos una experiencia universal y que, por otra parte, tampoco sería tan raro que algunas personas alucinaran de manera parecida cuando cerebros muy similares (todos los cerebros humanos son muy similares) comienzan a morir de manera semejante por falta de oxígeno y nutrientes. En todo caso, de todas las personas que he visto morir, sólo una me dio la impresión de que estuviera viendo algo; y, por la forma rápida como movía las pupilas, no me pareció que fuera nada fijo en un solo punto.
A estas alturas, como dije más arriba, la muerte ya no es el misterio que acostumbraba a ser. Tenemos ya muchos conocimientos sobre las razones por las que vivimos y morimos, algunas de las cuales he comentado a lo largo de este post; y no parece que se trate de ningún suceso extraño o excepcional en el transcurrir del cosmos, la vida, la entropía y la fluctuación. Vivimos y morimos como parte de los fenómenos a gran escala que constituyen este universo; la materia y energía que nos componen va cambiando de estado y situación, permitiendo durante un tiempo el surgimiento de la vida y la mente. Después pasa a otros estados distintos, como cualquier otro proceso físico-químico, y al menos una parte de esa misma materia y energía acaba repartida entre otros seres vivos; o no, según donde caigamos fritos. No veo posible de ninguna manera realista que la conciencia de la propia existencia, resultado de una complejísima organización cerebral extremadamente frágil, pueda mantenerse a lo largo de esos procesos. El resto es ya cosa de la permanencia de la memoria cuántica. En todo caso, sólo lo que está vivo puede morir. Ya que los duendes de la entropía y las hadas de la fluctuación nos han hecho ese regalo, más vale aprovecharlo, porque muy
–muy– probablemente no se repetirá.
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