Probablemente uno de los temas que más preocupa a los seres humanos es
el de la muerte. La perspectiva de desaparecer completamente después de
la muerte del cuerpo es insoportable para mucha gente, pero el Cristianismo ofrece una solución: la vida eterna junto a Dios.
Cuando se inventó el Cristianismo, hace más de 1.500 años, no se sospechaba que los animales y los seres humanos podíamos tener antepasados comunes, y la diferencia entre humanos y animales parecía tan grande, que era posible asumir que sólo los humanos teníamos alma, una entidad que nos permitía acceder a la vida eterna.
Pero la situación actual es muy diferente. A mediados del siglo 19, Darwin observó una serie de características en los cuerpos de los animales que lo llevaron a formular su famosa teoría de la Evolución de las Especies. Los descubrimientos posteriores, incluyendo a aquellos basados en las instrucciones contenidas en el código genético, sólo han reforzado dicha teoría.
En el vocabulario común, la palabra "teoría" es sinónimo de "suposición", como en el caso de la "teoría" de un investigador policial durante la fase preliminar del proceso, cuando todavía no ha reunido todas las pruebas necesarias. Pero en el ámbito científico, lo anterior es una hipótesis; una teoría es un cuerpo sólido de conocimientos respaldado por la evidencia.
En particular, la teoría de la Evolución de las Especies es la base de la biología moderna y está respaldada por una montaña de evidencia. Despredicador nos ha presentado decenas de pruebas de la validez de dicha teoría en su excelente blog.
La Evolución implica que los seres humanos sólo somos primates que hemos desarrollado un cerebro más grande, el cual se ha potenciado en pasos infinitesimales de generación en generación, por lo que no se puede establecer una diferencia nítida de origen con los animales.
A la luz de la evolución gradual sería entonces absurdo pretender que nosotros tenemos alma y los animales no, porque implicaría que en algún momento un animal sin alma habría dado a luz a un humano con alma. O bien, que un animal sin derecho a la vida eterna habría procreado a un ser humano con derecho a ella.
Pero para muchas personas, la diferencia con los animales es suficientemente grande como para permitir la existencia del alma en los humanos. Así que a continuación presento algunos ejemplos que podrían llevar a repensar el tema.
Nuestros parientes vivos más cercanos son los chimpancés. Estos animales comparten más del 95% de su ADN con los seres humanos, son tan inteligentes como un niño pequeño, enseñan a sus crías a fabricar herramientas para atrapar termitas, organizan ingeniosas partidas de caza para capturar presas más ágiles que ellos y matan a sus congéneres ocasionalmente por violar ciertas normas de la comunidad.
Sin embargo, a pesar de todas esas características comunes con el género humano, pueden parecer demasiado lejanos a nosotros como para tener derecho a la vida eterna.
¿Pero qué hay de Lucy, la australopithecus afarensis que vivió en África hace 3.2 millones de años?
Lucy tenía un cerebro parecido al de un mono, pero a diferencia de dichos animales, caminaba erguida como nosotros. ¿Habrá tenido alma? ¿Habrá tenido derecho a la vida eterna?
Y si ella también parece sólo un animal, entonces, ¿en qué situación quedarían los neardentales, un género homo que se separó de nuestros antepasados africanos remotos hace algunos centenares de miles de años, se adaptó al clima gélido de la Europa de la época, y finalmente se extinguió hace apenas 30.000 años, acorralado por el recién llegado homo sapiens contra la barrera infranqueable del Atlántico?
¿Habrán tenido alma los neardentales? ¿Habrán tenido derecho a la vida eterna?
A mí me parece que la evolución gradual de las especies es incompatible con la vida eterna. Y como la primera está basada en la evidencia, mientras que la segunda está basada en la tradición oral y escrita no puedo sino concluir que la vida eterna es una ilusión humana.
Pero la conclusión anterior tiene un aspecto positivo: ante la certeza de que la vida eterna es una ilusión, podemos concentrarnos en aprovechar esta vida al máximo.
Hay muchas formas de darle propósito y sentido a nuestra existencia, sin necesidad de malgastarla preparándonos para una vida eterna que seguramente nunca llegará.
Podemos comenzar por educar correctamente a nuestros hijos, transmitiéndoles valores éticos y morales, enseñándoles a pensar en forma crítica, protegiéndolos del adoctrinamiento en creencias religiosas antojadizas, en ideologías políticas extremas y en nacionalismos absurdos y peligrosos.
Podemos tratar de seguir el ejemplo de Enrique Arias, quien nos transmite su pasión por la belleza y el arte, su entusiasmo por conocer la maravillas naturales y arqueológicas de su tierra, y su interés en todos los campos del conocimiento humano.
Somos afortunados por el solo hecho de estar vivos. Pretender seguir viviendo para siempre, mientras especies enteras se extinguen a nuestro alrededor, es aspirar demasiado. No tenemos derecho a pedir tanto.
Las palabras que Richard Dawkins escribió para ser leídas en su funeral son esclarecedoras al respecto.
Vamos a morir, y eso nos convierte en los afortunados. Mucha gente nunca va a morir porque nunca va a nacer. Las personas que potencialmente podrían haber estado en mi lugar pero que nunca verán la luz del día superan en número a los granos de arena del Sahara. Tenemos la certeza de que entre esos fantasmas no nacidos se cuentan poetas superiores a Keats y científicos superiores a Newton. Lo sabemos porque el número de seres humanos que permite nuestro ADN es muchísimo mayor que el de los seres humanos existentes. A pesar de esa ínfima probabilidad, somos nosotros, en nuestra mediocridad, los que estamos aquí. Nosotros, los privilegiados, los que ganamos la lotería del nacimiento en contra de todas las probabilidades, ¡con qué derecho nos atrevemos a llorar por el inevitable regreso a ese estado anterior del cual la gran mayoría nunca ha despertado! [VIDEO]
¡Alegrémonos de estar aquí!
Cuando se inventó el Cristianismo, hace más de 1.500 años, no se sospechaba que los animales y los seres humanos podíamos tener antepasados comunes, y la diferencia entre humanos y animales parecía tan grande, que era posible asumir que sólo los humanos teníamos alma, una entidad que nos permitía acceder a la vida eterna.
Pero la situación actual es muy diferente. A mediados del siglo 19, Darwin observó una serie de características en los cuerpos de los animales que lo llevaron a formular su famosa teoría de la Evolución de las Especies. Los descubrimientos posteriores, incluyendo a aquellos basados en las instrucciones contenidas en el código genético, sólo han reforzado dicha teoría.
En el vocabulario común, la palabra "teoría" es sinónimo de "suposición", como en el caso de la "teoría" de un investigador policial durante la fase preliminar del proceso, cuando todavía no ha reunido todas las pruebas necesarias. Pero en el ámbito científico, lo anterior es una hipótesis; una teoría es un cuerpo sólido de conocimientos respaldado por la evidencia.
En particular, la teoría de la Evolución de las Especies es la base de la biología moderna y está respaldada por una montaña de evidencia. Despredicador nos ha presentado decenas de pruebas de la validez de dicha teoría en su excelente blog.
La Evolución implica que los seres humanos sólo somos primates que hemos desarrollado un cerebro más grande, el cual se ha potenciado en pasos infinitesimales de generación en generación, por lo que no se puede establecer una diferencia nítida de origen con los animales.
A la luz de la evolución gradual sería entonces absurdo pretender que nosotros tenemos alma y los animales no, porque implicaría que en algún momento un animal sin alma habría dado a luz a un humano con alma. O bien, que un animal sin derecho a la vida eterna habría procreado a un ser humano con derecho a ella.
Pero para muchas personas, la diferencia con los animales es suficientemente grande como para permitir la existencia del alma en los humanos. Así que a continuación presento algunos ejemplos que podrían llevar a repensar el tema.
Nuestros parientes vivos más cercanos son los chimpancés. Estos animales comparten más del 95% de su ADN con los seres humanos, son tan inteligentes como un niño pequeño, enseñan a sus crías a fabricar herramientas para atrapar termitas, organizan ingeniosas partidas de caza para capturar presas más ágiles que ellos y matan a sus congéneres ocasionalmente por violar ciertas normas de la comunidad.
Sin embargo, a pesar de todas esas características comunes con el género humano, pueden parecer demasiado lejanos a nosotros como para tener derecho a la vida eterna.
¿Pero qué hay de Lucy, la australopithecus afarensis que vivió en África hace 3.2 millones de años?
Lucy tenía un cerebro parecido al de un mono, pero a diferencia de dichos animales, caminaba erguida como nosotros. ¿Habrá tenido alma? ¿Habrá tenido derecho a la vida eterna?
Y si ella también parece sólo un animal, entonces, ¿en qué situación quedarían los neardentales, un género homo que se separó de nuestros antepasados africanos remotos hace algunos centenares de miles de años, se adaptó al clima gélido de la Europa de la época, y finalmente se extinguió hace apenas 30.000 años, acorralado por el recién llegado homo sapiens contra la barrera infranqueable del Atlántico?
¿Habrán tenido alma los neardentales? ¿Habrán tenido derecho a la vida eterna?
A mí me parece que la evolución gradual de las especies es incompatible con la vida eterna. Y como la primera está basada en la evidencia, mientras que la segunda está basada en la tradición oral y escrita no puedo sino concluir que la vida eterna es una ilusión humana.
Pero la conclusión anterior tiene un aspecto positivo: ante la certeza de que la vida eterna es una ilusión, podemos concentrarnos en aprovechar esta vida al máximo.
Hay muchas formas de darle propósito y sentido a nuestra existencia, sin necesidad de malgastarla preparándonos para una vida eterna que seguramente nunca llegará.
Podemos comenzar por educar correctamente a nuestros hijos, transmitiéndoles valores éticos y morales, enseñándoles a pensar en forma crítica, protegiéndolos del adoctrinamiento en creencias religiosas antojadizas, en ideologías políticas extremas y en nacionalismos absurdos y peligrosos.
Podemos tratar de seguir el ejemplo de Enrique Arias, quien nos transmite su pasión por la belleza y el arte, su entusiasmo por conocer la maravillas naturales y arqueológicas de su tierra, y su interés en todos los campos del conocimiento humano.
Somos afortunados por el solo hecho de estar vivos. Pretender seguir viviendo para siempre, mientras especies enteras se extinguen a nuestro alrededor, es aspirar demasiado. No tenemos derecho a pedir tanto.
Las palabras que Richard Dawkins escribió para ser leídas en su funeral son esclarecedoras al respecto.
Vamos a morir, y eso nos convierte en los afortunados. Mucha gente nunca va a morir porque nunca va a nacer. Las personas que potencialmente podrían haber estado en mi lugar pero que nunca verán la luz del día superan en número a los granos de arena del Sahara. Tenemos la certeza de que entre esos fantasmas no nacidos se cuentan poetas superiores a Keats y científicos superiores a Newton. Lo sabemos porque el número de seres humanos que permite nuestro ADN es muchísimo mayor que el de los seres humanos existentes. A pesar de esa ínfima probabilidad, somos nosotros, en nuestra mediocridad, los que estamos aquí. Nosotros, los privilegiados, los que ganamos la lotería del nacimiento en contra de todas las probabilidades, ¡con qué derecho nos atrevemos a llorar por el inevitable regreso a ese estado anterior del cual la gran mayoría nunca ha despertado! [VIDEO]
¡Alegrémonos de estar aquí!
Fuente: jackrational.blogspot.com
Comentarios
Publicar un comentario